EL CABALLERO DE OJOS LILAS

Las historias antiguas que se repetían a lo largo de los años contaban que atravesando el inmenso océano en medio del mundo, se encontraba un lugar en el que estaba atrapada una princesa que había vivido sola durante miles de años.

Muchos habían intentado llegar hasta ella a través de las generaciones, pero siempre regresaban, aunque cuando lo hacían ya no eran los mismos y se pasaban el resto de su vida absortos contemplando el cielo nocturno con un brillo profundo en la mirada y una expresión indescifrable.

El caballero de ojos lilas, que había heredado aquellos iris de algún antepasado que su pueblo creía que no era de ese mundo, había viajado incontables leguas para rescatar a la princesa de la leyenda, de la que se decía que su belleza era solo comparable a su sabiduría.

Cuanto más viajaba más solitario se convertía el camino, y vagó durante meses por lugares en los que no había nadie. Hasta que esos meses se convirtieron en años.

El caballero dejó de envejecer, pero su corazón cargaba cada día con más pesadumbre y los caminos se volvían extraños y muy hermosos, como si no fuesen del todo de ese mundo.

En algún momento perdió la cuenta de cuántos amaneceres y atardeceres habían visto sus ojos lilas.

Durante su viaje entendió por qué tantos se habían rendido y vuelto sobre sus pasos, pero dentro de él existía algo que lo empujaba a continuar y fue así como llegó finalmente a su destino.

En el centro del mundo se encontraba una torre blanca inmensa que tocaba las nubes y que reflejaba la brillante luz del sol, rodeada por bosques exuberantes de colores que sus ojos jamás habían visto, colores que parecían haber venido de las estrellas. Las construcciones de piedra blanca y mármol que se encontraban por el lugar eran sin duda creadas por alguna civilización, pero allí no había nadie.

Y si lo hubo fue hace mucho, en un momento perdido en el tiempo. ¿Quienes eran y por qué ya no estaban? El caballero lo ignoraba.

Sus cansados pasos lo llevaron a las puertas de la torre blanca y allí, tras mirar a su alrededor vio que en un banco de piedra bajo un árbol de flores blancas se encontraba una mujer de aspecto jóven y de apariencia tan delicada y hermosa que el caballero permaneció absolutamente fascinado durante un largo rato.

Fue únicamente cuando la joven se percató de su presencia y sus ojos de extraños colores se encontraron con los lilas del caballero, que él se dio cuenta de que era ella quien le había salvado.